jueves, 30 de mayo de 2013

En la arena

Como cuando es de noche, a estas horas más o menos, y no puedes –debes- tocar la guitarra. Como cuando no queda leche fría en la nevera. Como cuando alguien trota –la gente que trota debería estar prohibida-. Como cuando alguien silba y no sabe silbar. No silbes. No sabes. No silbes. Como cuando… como el café recalentado. Jamás. Como la ensalada de pasta sin palito de cangrejo, ¿¡pero eso qué es!? Como el culo de la cerveza. Babicas. Ñam. Como el culo de la coca-cola. Sopica. Ñam.


Como cuando hace frío y la calefacción no va. Como cuando te das con el borde de la cama, de la silla, de la estantería; con cualquier borde. Como cuando se funden las bombillas. Como cuando no hay agua caliente. Como cuando la radio decide poner tu canción favorita antes de salir del coche. Como cuando el único sitio libre en el autobús es al lado de la persona más inquietante que has visto y verás.

Como cuando vas a la playa y terminas con arena hasta en las orejas. Como cuando los grifos para lavarte la arena de los pies son una puta farsa y no funcionan. Como cuando te pones las chancletas y aquello raspa, raspa mucho. Como la puta arena. Como el asfalto recalentado durante varias horas al sol. Como el barro. Como los cardos del campo. Como Blesa.

Como cuando se empezó a hacer de día. Como cuando no querías dormir, ni irte, ni quedarte. Como cuando no sabías ni lo que querías. Como cuando por fin te fuiste. Como cuando al final volviste.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Astronautas

Quiero pensar cuando leo aquello que lo escribiste por y para mí. ¿Para qué? Pues para nada en realidad, y para todo un poco. Para saber que aquel Tengo que sacar dinero, hoy invito yo valió de algo. Para saber que aquella noche puso el listón demasiado alto para todas las que después vendrían.


Para saber que el viaje de vuelta mereció la pena, cuando pensábamos que estábamos rozando el cielo. Para saber que aquel parque y aquella música -que tan bien cantabas, por cierto- siguen donde se crearon. Y para darme cuenta de que, si hubiéramos querido, podríamos haber seguido jugando a conquistar la ciudad, el país, el mundo, la luna. Podríamos haber sido, por mucho tiempo más, aquellos bobos astronautas.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Entre fotos


Seguro que no te acuerdas, pero yo hoy me he vuelto a acordar de ti. Creo que son tus gafas, o esa sudadera tan chula. El hecho es que me he vuelto a acordar de ti (bueno, en realidad fue ayer. Hoy lo plasmo aquí).

Era lunes, y ese día madrugué. Madrugué mucho. No quería llegar tarde otra vez. Me hice un café, de esos solubles que tanto asco me dan. Luego me hice otro. Y otro más. Y salí de casa. Y estaba lloviendo. Y me cagué en todo. Y mientras cruzaba el puente me acordaba de la madre de mucha gente.

Llegué allí y estaba lleno. No sabía donde estaba la entrada, ni la recepción. Me lancé a la aventura y abrí una puerta. Mal hecho; esa no era. Cuando encontré la puerta ya estaban todos allí, esperando. Estaba tan solo que me daba vergüenza dejar el abrigo en el perchero. Pero soy un valiente, claro que sí, y me decidí.

Cojo la percha, dejo el abrigo, y aparece aquel señor raro que vi por primera y última vez, que me da dos besos. Los dos besos belgas. Esos dos besos. En serio, nunca me voy a acostumbrar.

Bonjour! dos besos, y se va. Y yo me quedo ahí, sosteniendo la percha, creyendo que el mundo se ha vuelto un poco más loco.

Dejo la percha y me voy lo más lejos posible del señor siniestro. Y me encuentro con mis compañeros, menos mal. Segundo error. Ellos estaban más perdidos que yo.


Empezamos la visita, tras haber pagado la entrada (y haber encontrado previamente la taquilla) y a los diez minutos ya no prestaba atención a nada. La visita estaba bien, entiéndeme, pero el francés y yo no nos llevamos del todo bien (y por aquel entonces menos todavía). Me dediqué a dar vueltas y vueltas viendo las fotos. Tú te dedicaste a dar vueltas y vueltas mirando al techo. Nos dedicamos a dar vueltas y vueltas hasta que terminamos en aquella sala de proyección.

Una película sin diálogo, imágenes de policías y música de suspense. Algunos bancos raros y mucha gente. Me senté en la tercera fila intencionadamente, porque estabas cerca. Me senté con las manos por detrás, apoyadas en el mármol, como si ese enorme banco fuera un césped. Te sentaste al lado y adoptaste la misma posición. Y yo, aún no se por qué, me puse un poco nervioso.

La proyección seguía y todos nos dimos cuenta de que eso era una pérdida de tiempo, un truño considerable a los telefilms del domingo de Antena 3. Y la gente se empezó a ir y todo comenzó a estar más tranquilo; y antes de darme cuenta estábamos los dos solos en aquel sitio. Nuestras manos estaban muy cerca, tan cerca que me apeteció dártela. La proyección terminó y la sala se quedó únicamente iluminada por esas patéticas luces que indican la salida de emergencia. Tú te reíste, con la mirada fija en aquella pantalla que ahora no mostraba nada. Yo me reí. Y la proyección volvió a empezar.


Ese era el momento en el que una persona normal tenía que preguntarte el nombre, o gastar alguna broma sobre lo precioso que era aquel vídeo de los policías. Pero no. Yo, como buen valiente, me levanté y huí. Tienes que saber que soy un torpe, es así. Si me hubieras conocido sabrías que es verdad, que soy un torpe.

De hecho soy malo para muchas cosas, muchísimas; entre ellas recordar la ropa que la gente lleva puesta.

¿Has visto el pañuelo que llavaba puesto ayer?, me preguntan a veces. No, respondo; sin tener ni puta idea de qué pañuelo es.

Resulta que me acuerdo de todo lo que llevabas puesto. Me acuerdo de tus gafas de pasta negras (una hipster, pensé), me acuerdo de tu sudadera negra con mangas larguísimas, que solo dejaba que se te vieran las puntas de los dedos; me acuerdo de tus pantalones pitillo; me acuerdo de tus Vans de color verde; me acuerdo de tu pelo rubio. Y me acuerdo de haber pensado que hacía meses que no veía a alguien tan interesante.


La visita siguió, y nosotros nos seguíamos cruzando por las salas del museo. Nos volvimos a quedar solos en otra sala, y esta vez me dejaste ver tu sonrisa. Y yo te dejé ver la mía. Pero cada uno seguimos a lo nuestro.

Nunca nos preguntamos el nombre, y nunca te lo voy a preguntar. Nunca. En ningún sitio. No te voy a volver a ver, ni tampoco lo pretendo. Hay cosas que son así, y así serán; igual que tú siempre serás la chica que me sonrió en aquel museo. Pero cuando me encuentro frente a alguna foto de esas que vimos juntos me vuelvo a acordar de ti, es inevitable. Es inevitable que a veces recuerde esas gafas, ese pelo, esa sudadera, ese pantalón, esas zapatillas. A veces es inevitable que, al leer estos apuntes, me acuerde de ti. Es inevitable, porque estás entre las fotos.

jueves, 9 de mayo de 2013

El sofá



Es mayo de 2013, faltan menos de veinte días para cumplir los 21, faltan menos de dos meses para que termine el Erasmus. Llevo pensando un rato y no sé qué dato me da más miedo. La última vez que escribía aquí era Noviembre, y por aquel entonces me creí de verdad (en serio, me lo creí) que podía crear algo así como un blog de mi vivencia Erasmus. Colleja y pa’ mi casa.

Toca noche nostálgica, así que a agarrarse. Han pasado casi seis meses, y todo ocurre tan rápido que no me da tiempo a darle la importancia que merece. Porque ahora mismo estar sentado en mi cuarto en un sofá que robé de la calle parece lo más normal del mundo, y cuando alguien me mira raro por hacerlo no me puedo creer lo que oigo:

"¿Un sofá? ¿De la calle? Lo habrás lavado".

Está nuevo, afirmo yo. Además es bonito, reitero. Queda muy bien con la alfombra que también nos encontramos.



Y cuando lo pienso fríamente, si hace diez meses me cuenta alguien que duerme la siesta en un sofá que se encontró en la calle, puede que no me resultase lo más normal del mundo. Pero claro, eso era hace diez meses.

Porque hace diez meses, uno no había estado en Maastritch y había flipado con los métodos holandeses de las rampas para subir y bajar las bicis. Qué perfección, qué calidad. Porque hace diez meses uno no había viajado a Budapest de empalmada, ni tampoco se había encontrado a su amigo en pijama en la avenida nada más llegar a la ciudad. Amigo que, por cierto, reservó el apartamento de esa guisa.

Porque hace diez meses, en realidad, uno no sabía ni dónde estaba Lieja; no sabía ni si una ciudad con ese nombre existía de verdad. Porque hace diez meses esperar a un tren en Maastritch junto a terroristas y asesinos no era una opción ("¡Los maté con mis manos!" = miedito). Porque hace diez meses, uno no había hecho botellón en la Grand Place de Bruselas.

Porque hace diez meses nadie cogía un avión para venir a verme; porque hace diez meses cogía un jodido autobús (y daba pereza hacer trasbordo). Porque hace diez meses, Madrid era el paraíso y era a la vez el fin del mundo. Nuestro paraíso y nuestro fin del mundo.

Porque hace diez meses, uno jamás había celebrado Halloween; porque hace diez meses uno jamás había celebrado Halloween en un barco/crucero por un río cantando a voces “Let’s go to the kot, kot”. Porque hace diez meses uno no había tenido que matizar la palabra “celebrar” refiriéndose a una noche de Halloween.

Porque hace diez meses, el calimocho era norma y ahora es lujo; porque hace diez meses a uno no le salía (aún) cerveza por las orejas. Porque hace diez meses las cachimbas y las cervezas en el bar más molón de Budapest eran más ilusión que opción; porque en realidad hace diez meses Budapest nunca fue opción. Porque hace diez meses aún no me habían timado haciéndome entrar a un bar de hielo. "Hay música, entremos. Oh, wait…".

Porque hace diez meses no nevaba y siempre hacía viento, mucho viento. Porque hace diez meses el cielo nublado era la excepción que confirmaba la regla. Porque hace diez meses no era posible que apareciera Spiderman y toda su familia en tu casa con intención de comerte por la noche; porque hace diez meses uno no vivía en una casa con riesgo de derrumbe. Cour Petit 4eva.


Porque hace diez meses París estaba muy lejos y un apartamento en el centro no podía ni existir. Porque hace diez meses uno no había vivido en la calle más bonita de la ciudad. Porque hace diez meses no sabíamos qué cojones era eso de la Santa Capilla, y ahora tenemos fotos personalizadas (Yop Santa Capilla). Porque hace diez meses no nos habíamos quedado embobados con las vistas desde el Arco del Triunfo. Porque hace diez meses no estábamos mojados, helados y cansados pensando que jamás habíamos visto algo tan bonito.

Porque hace diez meses uno no había pasado una noche en un aeropuerto por confundirse con los billetes de avión; porque hace diez meses uno no se había emborrachado en un aeropuerto. Uno no había llegado a su ciudad de destino tras dormir 2 horas, se había duchado y había salido como si no hubiera mañana. Uno no sabía que Praga molaba tanto. Porque hace diez meses uno no había estado viendo esta ciudad desde lo alto de una discoteca. Porque (dato importante) hace diez meses uno no había rodado por las escaleras de la discoteca más grande de Praga debido a su estado de embriaguez. Porque “¿Áve?” y porque “You Dgrunk”.

Porque hace diez meses, a Ámsterdam no se iba y se volvía en el día; porque hace diez meses no se dormía en las plazas de Ámsterdam. Porque hace seis meses no me iba a Bruselas a ver conciertos. Porque hace diez meses nunca se me hizo de día escribiendo un post.

Y claro, después de tanto, coger un sofá del suelo es la más nimia de las posibles acciones a realizar. Y el sofá es cómodo, y me gusta (nos gusta) y hasta que no encuentre un dueño mejor en el mercado de segundo mano aquí se va a quedar. No Phillipe, no va a ser para ti.

¿Lieja es bonito?, me preguntan. Pues claro que no, hostias. Es un puto infierno gris. Pero es nuestro puto infierno gris. Y así va a serlo hasta julio, o hasta septiembre, o hasta que podamos recordar.

Es mayo de 2013, faltan menos de veinte días para cumplir los 21, faltan menos de dos meses para que termine el Erasmus. Pero ahora mismo da igual. Porque este sofá y este cuarto molan mucho (arañas incluidas), porque esta casa es mi casa y porque esta ciudad es un poco mía. Y porque, qué cojones, hace diez meses eran nadie, y ahora simplemente son. Porque hace diez meses quería ser periodista y ahora simplemente quiero ser.


Porque ahora mismo no hay otro lugar mejor que este jodido sofá.