Es mayo de 2013, faltan menos de veinte días para cumplir
los 21, faltan menos de dos meses para que termine el Erasmus. Llevo pensando
un rato y no sé qué dato me da más miedo. La última vez que escribía aquí era
Noviembre, y por aquel entonces me creí de verdad (en serio, me lo creí) que
podía crear algo así como un blog de mi vivencia Erasmus. Colleja y pa’ mi
casa.
Toca noche nostálgica, así que a agarrarse. Han pasado casi
seis meses, y todo ocurre tan rápido que no me da tiempo a darle la importancia
que merece. Porque ahora mismo estar sentado en mi cuarto en un sofá que robé
de la calle parece lo más normal del mundo, y cuando alguien me mira raro por
hacerlo no me puedo creer lo que oigo:
"¿Un sofá? ¿De la calle? Lo habrás lavado".
Está nuevo, afirmo yo. Además es bonito, reitero. Queda muy
bien con la alfombra que también nos encontramos.
Y cuando lo pienso fríamente, si hace diez meses me cuenta
alguien que duerme la siesta en un sofá que se encontró en la calle, puede que
no me resultase lo más normal del mundo. Pero claro, eso era hace diez meses.
Porque hace diez meses, uno no había estado en Maastritch y
había flipado con los métodos holandeses de las rampas para subir y bajar
las bicis. Qué perfección, qué calidad. Porque hace diez meses uno no había
viajado a Budapest de empalmada, ni tampoco se había encontrado a su amigo en
pijama en la avenida nada más llegar a la ciudad. Amigo que, por cierto, reservó
el apartamento de esa guisa.
Porque hace diez meses, en realidad, uno no sabía ni dónde
estaba Lieja; no sabía ni si una ciudad con ese nombre existía de verdad.
Porque hace diez meses esperar a un tren en Maastritch junto a terroristas y
asesinos no era una opción ("¡Los maté con mis manos!" = miedito). Porque hace diez meses, uno no había hecho botellón
en la Grand Place de Bruselas.
Porque hace diez meses nadie cogía un avión para venir a
verme; porque hace diez meses cogía un jodido autobús (y daba pereza hacer
trasbordo). Porque hace diez meses, Madrid era el paraíso y era a la vez el fin
del mundo. Nuestro paraíso y nuestro fin del mundo.
Porque hace diez meses, uno jamás había celebrado Halloween;
porque hace diez meses uno jamás había celebrado Halloween en un barco/crucero
por un río cantando a voces “Let’s go to the kot, kot”.
Porque hace diez meses uno no había tenido que matizar la palabra “celebrar”
refiriéndose a una noche de Halloween.
Porque hace diez meses, el calimocho era norma y ahora es
lujo; porque hace diez meses a uno no le salía (aún) cerveza por las orejas.
Porque hace diez meses las cachimbas y las cervezas en el bar más molón de
Budapest eran más ilusión que opción; porque en realidad hace diez meses
Budapest nunca fue opción. Porque hace diez meses aún no me habían timado haciéndome
entrar a un bar de hielo. "Hay música, entremos. Oh, wait…".
Porque hace diez meses no nevaba y siempre hacía viento,
mucho viento. Porque hace diez meses el cielo nublado era la excepción que
confirmaba la regla. Porque hace diez meses no era posible que apareciera Spiderman
y toda su familia en tu casa con intención de comerte por la noche; porque hace
diez meses uno no vivía en una casa con riesgo de derrumbe. Cour Petit 4eva.
Porque hace diez meses París estaba muy lejos y un
apartamento en el centro no podía ni existir. Porque hace diez meses uno no había
vivido en la calle más bonita de la ciudad. Porque hace diez meses no sabíamos
qué cojones era eso de la Santa Capilla, y ahora tenemos fotos personalizadas
(
Yop Santa Capilla). Porque hace diez meses no nos habíamos quedado embobados
con las vistas desde el Arco del Triunfo. Porque hace diez meses no estábamos
mojados, helados y cansados pensando que jamás habíamos visto algo tan bonito.
Porque hace diez meses uno no había pasado una noche en un
aeropuerto por confundirse con los billetes de avión; porque hace diez meses uno no se había emborrachado en un aeropuerto. Uno no había llegado a su
ciudad de destino tras dormir 2 horas, se había duchado y había salido como si
no hubiera mañana. Uno no sabía que Praga molaba tanto. Porque hace diez meses
uno no había estado viendo esta ciudad desde lo alto de una discoteca. Porque (dato importante) hace diez meses uno no había rodado por las escaleras de la
discoteca más grande de Praga debido a su estado de embriaguez. Porque “¿Áve?”
y porque “You Dgrunk”.
Porque hace diez meses, a Ámsterdam no se iba y se volvía en
el día; porque hace diez meses no se dormía en las plazas de Ámsterdam. Porque hace seis meses no me iba a Bruselas a ver conciertos. Porque
hace diez meses nunca se me hizo de día escribiendo un post.
Y claro, después de tanto, coger un sofá del suelo es la más
nimia de las posibles acciones a realizar. Y el sofá es cómodo, y me gusta (nos
gusta) y hasta que no encuentre un dueño mejor en el mercado de segundo mano
aquí se va a quedar. No Phillipe, no va a ser para ti.
¿Lieja es bonito?, me preguntan. Pues claro que no, hostias.
Es un puto infierno gris. Pero es nuestro puto infierno gris. Y así va a serlo
hasta julio, o hasta septiembre, o hasta que podamos recordar.
Es mayo de 2013, faltan menos de veinte días para cumplir
los 21, faltan menos de dos meses para que termine el Erasmus. Pero ahora mismo da igual. Porque este sofá y este cuarto molan mucho (arañas incluidas),
porque esta casa es mi casa y porque esta ciudad es un poco mía. Y porque, qué
cojones, hace diez meses eran nadie, y ahora simplemente son. Porque hace diez meses quería ser periodista y ahora simplemente quiero ser.
Porque ahora
mismo no hay otro lugar mejor que este jodido sofá.