domingo, 24 de noviembre de 2013

Las cosas que perdimos en el fuego

Suena: Paints - The Paper Kites


Las hamburguesas con queso: esa es la clave de la vida. Pero las hamburguesas con queso americanas, comidas en Estados Unidos, son la clave de mi vida. Y si las hamburguesas con queso americanas comidas en suelo americano se comen en un coche por una carretera americana, podría morir tranquilo. 


Las carreteras tienen un aire de inmensidad que las hace atrayentes, casi místicas. Cada carretera y cada paisaje exigen una banda sonora diferente. Las personas que viajan en el coche y el destino del viaje también influyen en la elección de la música. 

Hace unos años, no recuerdo cuándo ni dónde, me pareció una buenísima idea seleccionar mis canciones, mi banda sonora; seleccionar la música de las carreteras por las que conduciría. Creé una lista de reproducción con mi nombre -no era egocentrismo, era despiste-, e incluí varias decenas de pistas que en ese momento consideraba esenciales. Eran de esas canciones que llevabas en el iPod y no daba vergüenza enseñar, y que incluso gustaba mostrar. Esas canciones no las conocía mucha gente -de mi entorno adolescente, claro-, y yo me sentía bien habiendo descubierto a grandes artistas que cantaban para mí y ponían música "hors cadre" a mi día a día.

La lista de reproducción iba aumentando cada vez que descubría alguna canción digna de las carreteras y de mis futuros viajes. Delta Spirit, Explosions in the Sky, Howie Day, Damien Rice, Band of Horses, William Fitzsimmons, Ray Lamontagne; y hasta Zac Brown Band o Amy Winehouse. Algo había ahí que me gustaba para descubrir el mundo.


Hace no mucho volví a encontrar 'Ricardo', la lista de temas que mi 'yo adolescente' había creado para mi 'yo presente', ya conductor. He de decirle a ese chaval que tenía buen gusto, incluso mejor que el que tengo yo ahora -aunque a veces se hacía el guay, y buscaba canciones de más para que su banda sonora molara lo máximo posible-. Le he dado a play y he sentido necesario escribir aquí unas cuantas cosas. Aunque no esté en la carretera, sí que he viajado mucho desde entonces.

Primero: Luis Ramiro dice que "la inocencia solamente se pierde una vez, lo demás son tristes fotocopias malas". Ni lo demás son fotocopias, ni tienen porqué ser malas. Y todos seguimos siendo inocentes aunque juguemos a no serlo conduciendo por las carreteras y mirando a esos chavales de Salou que un día fuimos por encima del hombro. Tomando unas copas con los amigos, las batallas de antaño son recordadas con muchísimo cariño; quizás, son más recordadas de lo que algún día fueron vividas. Parece que todo son viejos recuerdos, viejas locurillas de nuestros 'yo adolescentes'. Ahora somos demasiado serios y demasiado mayores. Todo lo perdimos en el fuego. 


El problema aquí es el mismo que tengo siempre: que soy un cabezón. Lo único que hemos perdido en el fuego es la inocencia que algún día falsamente se nos impuso -si es que hemos perdido algo-. Al igual que 'Ricardo' va a ir haciéndose cada vez más grande con nuevas canciones -me he comprometido a crear la "banda sonora definitiva, the ultimate remix fuck yeah"-, nosotros vamos a vivir de todo lo que nuestros 'yo' comieron y vivieron; vamos a vivir de todo lo que estamos comiendo y bebiendo. Desmerecernos es desmerecer demasiadas cosas.

Segundo: algún día, puede que lejano -mucho- conseguiré grabar esta banda sonora en formato físico -unos cuantos CDs- y recorreré carreteras con quien quiera acompañarme. La banda sonora dependerá de la vía, del destino, y dependerá de quien viaje conmigo -separaré la lista en diferentes volúmenes-. Lo que está claro es que mi 'yo adolescente' estará contentísimo, y yo también lo estaré.

Tercero y último: en ese futuro viaje ninguno podremos mirar atrás y quitar la vista de la carretera. Además de para evitar posibles accidentes, porque lo que fuimos una vez tendrá la misma importancia que el queso fundido de la hamburguesa: servirá de unión, pero no dará sabor a nada. Estará estrictamente prohibido mirar atrás. Supongo que la imposición hará que nos perdamos parte del paisaje, o parte de aquella vía; pero esto será lo único que perdamos. Tú, las hamburguesas, yo. Y nuestra banda sonora seguirá sonando hasta que algún día podamos recordar todo con más emoción de la que tuvimos al vivirlo. No sé si descubriremos el sentido de la vida, o la clave de nuestra existencia. Pero la hamburguesa estará de puta madre. Cocinada a fuego lento, por favor.


Otra lágrima,
otro llanto,
otro lugar para morir.
No es complicado. 

domingo, 9 de junio de 2013

Como la horchata

No hay nada mejor. No hay nada mejor. No hay nada mejor. ¿Lo entiendes o no? Va, lo repito. No hay nada mejor.


Gritar. Gritar en la primera bajada de la montaña rusa, o en el primer looping. Gritar con los pies descalzos, empapado. Gritar desde arriba, gritarle al mundo desde un columpio. Gritar con un calimocho, desde lo alto de una escalera. Gritar tumbados en las plazas de Madrid. Gritar y tocar chufa. 

Gritar después de escribir una canción. Gritar, bailar. Gritar y sentir el viento desde el mirador más bonito de la ciudad en la que estemos. Gritar y zambullirnos debajo de la cascada. Gritar y beber chupitos, y beber otro chupito, y beber otro más. Gritar y despertar rodeados de desconocidos. Gritar y correr con cara de esfuerzo. Gritar y perder el autobús. Gritar y perder el metro. Gritar y sudar. Gritar y quedarnos sin aire acondicionado. Gritar y sudar; sudar mucho. 

Gritar con una cerveza en la mano. Y otra. Y otra más. Y pasar a los cubatas. Gritar viendo amanecer desde la playa, aquella playa, nuestra playa. Gritar y ver cómo nuestros amigos se zambullen en el agua. Gritar mientras los primeros rayos de sol acarician nuestras mejillas. Gritar con cada canción, con cada película, con cada nuevo capítulo, con cada libro, con cada final. Gritar en las hamacas de un jardín. Gritar y que se haga de día, una vez más. Gritar y que los vecinos nos lancen botellas de cristal de tanto gritar. Gritar y ahogar las penas en el balcón, con alcohol; siempre con alcohol. Gritar y fumar, porque sabemos que John Lennon no murió. Gritar porque somos estúpidos, estáticos; gritar porque conjugamos el verbo ayer.


Gritar porque no importa nadie ni nada más. Gritar porque estamos vivos. Gritar porque estamos a salvo. Gritar porque somos verano, porque somos hielos y porque somos terrazas al sol. Gritar y sentir que si esto es vivir, quiero estar vivo eternamente. Gritar, porque al fin y al cabo, somos como la horchata.

sábado, 8 de junio de 2013

Dame paz y dime tonto

Las cosas claras y las vías estrechas, siempre ha sido y siempre será así. Las caras bonitas y las conversaciones de cuchillo, de motosierra (maldición). Que si doy de comer me voy a quedar sin brazos. Me estoy quedando sin brazos.

Dicen que la vida son dos días, y uno de ellos lo habré pasado deteniendo el tiempo. Pues arranca y vete, que me bajo. Arranca y vete lejos, donde por lo menos se me olvide odiarte. Que si el karma es injusto no voy a dejar que lo sea conmigo. Y si al final lo es, le pegaré un grito. El puto grito que siempre ha merecido. Que tiene que haber mejores soluciones que una canción de mierda a horas intempestivas de la madrugada para encontrar la redención. En realidad, la redención siempre fue la rendición.


Garantizar que lo sé, que lo escuché, que lo entendí. Y gritar al aire que como yo, nadie. Y entender que la vida no son dos días, que la vida no es nada si no me dejan vivir. Que la vida es tiempo que detengo, y espero que algún día se pare también conmigo. Espero que nos echemos un café, me mire y me sonría: “Tenías razón, siempre tuviste razón”.

Que pueden hacer lo que quieran, como quieran y cuando quieran; porque la cueva, mi canalización y mis ganas de escapar nunca se irán (hasta que yo me vaya, claro). Y como quien visita una ciudad ajena, desde lejos y con ojo crítico, lo observaré todo desde más allá, o desde más aquí. Una excursión a las entrañas para evidenciar lo de siempre: dame paz y dime tonto.

Y.

Gira. Date la vuelta y vete. Y no vuelvas. Y ya está. Y punto.


jueves, 30 de mayo de 2013

En la arena

Como cuando es de noche, a estas horas más o menos, y no puedes –debes- tocar la guitarra. Como cuando no queda leche fría en la nevera. Como cuando alguien trota –la gente que trota debería estar prohibida-. Como cuando alguien silba y no sabe silbar. No silbes. No sabes. No silbes. Como cuando… como el café recalentado. Jamás. Como la ensalada de pasta sin palito de cangrejo, ¿¡pero eso qué es!? Como el culo de la cerveza. Babicas. Ñam. Como el culo de la coca-cola. Sopica. Ñam.


Como cuando hace frío y la calefacción no va. Como cuando te das con el borde de la cama, de la silla, de la estantería; con cualquier borde. Como cuando se funden las bombillas. Como cuando no hay agua caliente. Como cuando la radio decide poner tu canción favorita antes de salir del coche. Como cuando el único sitio libre en el autobús es al lado de la persona más inquietante que has visto y verás.

Como cuando vas a la playa y terminas con arena hasta en las orejas. Como cuando los grifos para lavarte la arena de los pies son una puta farsa y no funcionan. Como cuando te pones las chancletas y aquello raspa, raspa mucho. Como la puta arena. Como el asfalto recalentado durante varias horas al sol. Como el barro. Como los cardos del campo. Como Blesa.

Como cuando se empezó a hacer de día. Como cuando no querías dormir, ni irte, ni quedarte. Como cuando no sabías ni lo que querías. Como cuando por fin te fuiste. Como cuando al final volviste.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Astronautas

Quiero pensar cuando leo aquello que lo escribiste por y para mí. ¿Para qué? Pues para nada en realidad, y para todo un poco. Para saber que aquel Tengo que sacar dinero, hoy invito yo valió de algo. Para saber que aquella noche puso el listón demasiado alto para todas las que después vendrían.


Para saber que el viaje de vuelta mereció la pena, cuando pensábamos que estábamos rozando el cielo. Para saber que aquel parque y aquella música -que tan bien cantabas, por cierto- siguen donde se crearon. Y para darme cuenta de que, si hubiéramos querido, podríamos haber seguido jugando a conquistar la ciudad, el país, el mundo, la luna. Podríamos haber sido, por mucho tiempo más, aquellos bobos astronautas.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Entre fotos


Seguro que no te acuerdas, pero yo hoy me he vuelto a acordar de ti. Creo que son tus gafas, o esa sudadera tan chula. El hecho es que me he vuelto a acordar de ti (bueno, en realidad fue ayer. Hoy lo plasmo aquí).

Era lunes, y ese día madrugué. Madrugué mucho. No quería llegar tarde otra vez. Me hice un café, de esos solubles que tanto asco me dan. Luego me hice otro. Y otro más. Y salí de casa. Y estaba lloviendo. Y me cagué en todo. Y mientras cruzaba el puente me acordaba de la madre de mucha gente.

Llegué allí y estaba lleno. No sabía donde estaba la entrada, ni la recepción. Me lancé a la aventura y abrí una puerta. Mal hecho; esa no era. Cuando encontré la puerta ya estaban todos allí, esperando. Estaba tan solo que me daba vergüenza dejar el abrigo en el perchero. Pero soy un valiente, claro que sí, y me decidí.

Cojo la percha, dejo el abrigo, y aparece aquel señor raro que vi por primera y última vez, que me da dos besos. Los dos besos belgas. Esos dos besos. En serio, nunca me voy a acostumbrar.

Bonjour! dos besos, y se va. Y yo me quedo ahí, sosteniendo la percha, creyendo que el mundo se ha vuelto un poco más loco.

Dejo la percha y me voy lo más lejos posible del señor siniestro. Y me encuentro con mis compañeros, menos mal. Segundo error. Ellos estaban más perdidos que yo.


Empezamos la visita, tras haber pagado la entrada (y haber encontrado previamente la taquilla) y a los diez minutos ya no prestaba atención a nada. La visita estaba bien, entiéndeme, pero el francés y yo no nos llevamos del todo bien (y por aquel entonces menos todavía). Me dediqué a dar vueltas y vueltas viendo las fotos. Tú te dedicaste a dar vueltas y vueltas mirando al techo. Nos dedicamos a dar vueltas y vueltas hasta que terminamos en aquella sala de proyección.

Una película sin diálogo, imágenes de policías y música de suspense. Algunos bancos raros y mucha gente. Me senté en la tercera fila intencionadamente, porque estabas cerca. Me senté con las manos por detrás, apoyadas en el mármol, como si ese enorme banco fuera un césped. Te sentaste al lado y adoptaste la misma posición. Y yo, aún no se por qué, me puse un poco nervioso.

La proyección seguía y todos nos dimos cuenta de que eso era una pérdida de tiempo, un truño considerable a los telefilms del domingo de Antena 3. Y la gente se empezó a ir y todo comenzó a estar más tranquilo; y antes de darme cuenta estábamos los dos solos en aquel sitio. Nuestras manos estaban muy cerca, tan cerca que me apeteció dártela. La proyección terminó y la sala se quedó únicamente iluminada por esas patéticas luces que indican la salida de emergencia. Tú te reíste, con la mirada fija en aquella pantalla que ahora no mostraba nada. Yo me reí. Y la proyección volvió a empezar.


Ese era el momento en el que una persona normal tenía que preguntarte el nombre, o gastar alguna broma sobre lo precioso que era aquel vídeo de los policías. Pero no. Yo, como buen valiente, me levanté y huí. Tienes que saber que soy un torpe, es así. Si me hubieras conocido sabrías que es verdad, que soy un torpe.

De hecho soy malo para muchas cosas, muchísimas; entre ellas recordar la ropa que la gente lleva puesta.

¿Has visto el pañuelo que llavaba puesto ayer?, me preguntan a veces. No, respondo; sin tener ni puta idea de qué pañuelo es.

Resulta que me acuerdo de todo lo que llevabas puesto. Me acuerdo de tus gafas de pasta negras (una hipster, pensé), me acuerdo de tu sudadera negra con mangas larguísimas, que solo dejaba que se te vieran las puntas de los dedos; me acuerdo de tus pantalones pitillo; me acuerdo de tus Vans de color verde; me acuerdo de tu pelo rubio. Y me acuerdo de haber pensado que hacía meses que no veía a alguien tan interesante.


La visita siguió, y nosotros nos seguíamos cruzando por las salas del museo. Nos volvimos a quedar solos en otra sala, y esta vez me dejaste ver tu sonrisa. Y yo te dejé ver la mía. Pero cada uno seguimos a lo nuestro.

Nunca nos preguntamos el nombre, y nunca te lo voy a preguntar. Nunca. En ningún sitio. No te voy a volver a ver, ni tampoco lo pretendo. Hay cosas que son así, y así serán; igual que tú siempre serás la chica que me sonrió en aquel museo. Pero cuando me encuentro frente a alguna foto de esas que vimos juntos me vuelvo a acordar de ti, es inevitable. Es inevitable que a veces recuerde esas gafas, ese pelo, esa sudadera, ese pantalón, esas zapatillas. A veces es inevitable que, al leer estos apuntes, me acuerde de ti. Es inevitable, porque estás entre las fotos.

jueves, 9 de mayo de 2013

El sofá



Es mayo de 2013, faltan menos de veinte días para cumplir los 21, faltan menos de dos meses para que termine el Erasmus. Llevo pensando un rato y no sé qué dato me da más miedo. La última vez que escribía aquí era Noviembre, y por aquel entonces me creí de verdad (en serio, me lo creí) que podía crear algo así como un blog de mi vivencia Erasmus. Colleja y pa’ mi casa.

Toca noche nostálgica, así que a agarrarse. Han pasado casi seis meses, y todo ocurre tan rápido que no me da tiempo a darle la importancia que merece. Porque ahora mismo estar sentado en mi cuarto en un sofá que robé de la calle parece lo más normal del mundo, y cuando alguien me mira raro por hacerlo no me puedo creer lo que oigo:

"¿Un sofá? ¿De la calle? Lo habrás lavado".

Está nuevo, afirmo yo. Además es bonito, reitero. Queda muy bien con la alfombra que también nos encontramos.



Y cuando lo pienso fríamente, si hace diez meses me cuenta alguien que duerme la siesta en un sofá que se encontró en la calle, puede que no me resultase lo más normal del mundo. Pero claro, eso era hace diez meses.

Porque hace diez meses, uno no había estado en Maastritch y había flipado con los métodos holandeses de las rampas para subir y bajar las bicis. Qué perfección, qué calidad. Porque hace diez meses uno no había viajado a Budapest de empalmada, ni tampoco se había encontrado a su amigo en pijama en la avenida nada más llegar a la ciudad. Amigo que, por cierto, reservó el apartamento de esa guisa.

Porque hace diez meses, en realidad, uno no sabía ni dónde estaba Lieja; no sabía ni si una ciudad con ese nombre existía de verdad. Porque hace diez meses esperar a un tren en Maastritch junto a terroristas y asesinos no era una opción ("¡Los maté con mis manos!" = miedito). Porque hace diez meses, uno no había hecho botellón en la Grand Place de Bruselas.

Porque hace diez meses nadie cogía un avión para venir a verme; porque hace diez meses cogía un jodido autobús (y daba pereza hacer trasbordo). Porque hace diez meses, Madrid era el paraíso y era a la vez el fin del mundo. Nuestro paraíso y nuestro fin del mundo.

Porque hace diez meses, uno jamás había celebrado Halloween; porque hace diez meses uno jamás había celebrado Halloween en un barco/crucero por un río cantando a voces “Let’s go to the kot, kot”. Porque hace diez meses uno no había tenido que matizar la palabra “celebrar” refiriéndose a una noche de Halloween.

Porque hace diez meses, el calimocho era norma y ahora es lujo; porque hace diez meses a uno no le salía (aún) cerveza por las orejas. Porque hace diez meses las cachimbas y las cervezas en el bar más molón de Budapest eran más ilusión que opción; porque en realidad hace diez meses Budapest nunca fue opción. Porque hace diez meses aún no me habían timado haciéndome entrar a un bar de hielo. "Hay música, entremos. Oh, wait…".

Porque hace diez meses no nevaba y siempre hacía viento, mucho viento. Porque hace diez meses el cielo nublado era la excepción que confirmaba la regla. Porque hace diez meses no era posible que apareciera Spiderman y toda su familia en tu casa con intención de comerte por la noche; porque hace diez meses uno no vivía en una casa con riesgo de derrumbe. Cour Petit 4eva.


Porque hace diez meses París estaba muy lejos y un apartamento en el centro no podía ni existir. Porque hace diez meses uno no había vivido en la calle más bonita de la ciudad. Porque hace diez meses no sabíamos qué cojones era eso de la Santa Capilla, y ahora tenemos fotos personalizadas (Yop Santa Capilla). Porque hace diez meses no nos habíamos quedado embobados con las vistas desde el Arco del Triunfo. Porque hace diez meses no estábamos mojados, helados y cansados pensando que jamás habíamos visto algo tan bonito.

Porque hace diez meses uno no había pasado una noche en un aeropuerto por confundirse con los billetes de avión; porque hace diez meses uno no se había emborrachado en un aeropuerto. Uno no había llegado a su ciudad de destino tras dormir 2 horas, se había duchado y había salido como si no hubiera mañana. Uno no sabía que Praga molaba tanto. Porque hace diez meses uno no había estado viendo esta ciudad desde lo alto de una discoteca. Porque (dato importante) hace diez meses uno no había rodado por las escaleras de la discoteca más grande de Praga debido a su estado de embriaguez. Porque “¿Áve?” y porque “You Dgrunk”.

Porque hace diez meses, a Ámsterdam no se iba y se volvía en el día; porque hace diez meses no se dormía en las plazas de Ámsterdam. Porque hace seis meses no me iba a Bruselas a ver conciertos. Porque hace diez meses nunca se me hizo de día escribiendo un post.

Y claro, después de tanto, coger un sofá del suelo es la más nimia de las posibles acciones a realizar. Y el sofá es cómodo, y me gusta (nos gusta) y hasta que no encuentre un dueño mejor en el mercado de segundo mano aquí se va a quedar. No Phillipe, no va a ser para ti.

¿Lieja es bonito?, me preguntan. Pues claro que no, hostias. Es un puto infierno gris. Pero es nuestro puto infierno gris. Y así va a serlo hasta julio, o hasta septiembre, o hasta que podamos recordar.

Es mayo de 2013, faltan menos de veinte días para cumplir los 21, faltan menos de dos meses para que termine el Erasmus. Pero ahora mismo da igual. Porque este sofá y este cuarto molan mucho (arañas incluidas), porque esta casa es mi casa y porque esta ciudad es un poco mía. Y porque, qué cojones, hace diez meses eran nadie, y ahora simplemente son. Porque hace diez meses quería ser periodista y ahora simplemente quiero ser.


Porque ahora mismo no hay otro lugar mejor que este jodido sofá.