lunes, 19 de noviembre de 2012

Liège, la cité ardente


Aquí estamos. Tú, convencido de la vida de irte a dormir porque mañana madrugas, que hay clase y llevas tres semanas sin ir a esa asignatura; porque te has perdido por la facultad o porque te has quedado durmiendo, el caso es que no tienes ni puta idea de Historia de la Fotografía. Pero, ¿cómo vas a ir a clase con las uñas pintadas de negro y con un mensaje en el brazo pintado con permanente que dice “Hola, soy Ricardo. Si me pierdo llama a este número”? Eso no se puede consentir, no señor.

Así que sí, aquí estamos. Con quitaesmalte y algodón peleándome con el pintauñas de mi disfraz de gótico, que ni fue disfraz ni “intento de”. Ni siquiera fue. Y entre algodón y algodón, y algún que otro chute que me meto esnifando quitaesmalte, he dicho, oh, sabio de mí: “voy a escribir en el MacLarens”. Ouh yeah.



Porque soy un chulo, y si es así se dice. Y punto. Y convierto un blog muerto (putrefacto, con gusanos, a dos metros bajo tierra [WIN]) en un blog muy vivo sobre mi experiencia Erasmus en una de la ciudades más peligrosas de Europa. Qué intensidad poética, qué violencia verbal, qué de todo.

Porque claro, tú vienes a Bélgica decidido a aprender francés y a vivir en una ciudad BIEN, una ciudad centro-europea de esas que molan. Y cuando llegas aquí ves que la ciudad no es tan fea como te decían, pero tampoco tan bonita como tú querías. Y tú, estúpido como solo puede serlo un Erasmus español, no habías buscado nada sobre la ciudad. Es entonces cuando una compañera andaluza te dice: “pues es una de las ciudades más peligrosas de Europa”. Entonces sonríes forzosamente, levantas el dedo pulgar de la mano derecha en señal de aprobación y dices un: “bueno, no será para tanto, jeje”; mientras por dentro piensas: “sálvame Superman”.



Pues eso, que aquí estamos; dos meses en Lieja (Bélgica), y aún parece que fue ayer cuando llegué a esta casa. Ese día en el que el casero se llevó el microondas “para arreglarlo en unos días”. Y digo que parece que fue ayer porque ese microondas anduvo perdido por el mundo encontrando dueño. El dueño soy yo, pero Philippe  es así. Un minuto de silencio por ti, oh querido electrodoméstico.

Parece que fue ayer cuando fui a la universidad a inscribirme como estudiante Erasmus. Qué profesionalidad, qué maestría, qué temple, qué presencia. Abrumado estaba yo con todo eso. Gente óptica, eficaz y eficiente atendiéndome como estudiante. Esto era algo nuevo. Y la magia universitaria se rompe cuando llega Delphine, tu nueva coordinadora, y te jode la vida cambiando los créditos de tus asignaturas y sonriendo mientras dice lo mucho que lo siente.



Parece que fue ayer cuando me robaron el abrigo en Le Carré, ese sitio por donde sale la gente de Liège: mitad fiesta mitad junglasalvajesálvatecomopuedasporqueestanochemueres. Ese sitio lleno de fauna peligrosa y gente de esa que solo ves en las películas o que directamente crees que no pueden formar parte del mismo mundo que tú. Que si ves a un señor sangrar por la cabeza huyendo de sus matones, tú sigues tranquilo hacia el Point de Vue (eso sí, pasando antes por un paqui a comprar una Carapils). No, en serio, en realidad Le Carré mola, pero ni se te ocurra pasar el viernes por allí.

Y entre fiesta y fiesta; entre estudio y estudio (juas), le vas cogiendo cariño a la ciudad. Que es gris, que sí, que ya lo sabemos; que no es una ciudad turística, que también lo sabemos; que la gente es rara, que sí, que ya, que vale. Pero en Liège se respira un “no sé qué” del que no te puedes desprender, algo que huele así como a cerveza + independencia + qué alternativo es todo.



Porque esta, sin quererlo, se convierte en tu ciudad. Y da igual si es fea, negra, gris, peligrosa, pequeña, grande o si es una ciudad fantasma; es tuya y ya está.

Así; con Ryanair, cervezas, bufandas, mantas, música y compañía ejemplar van pasando los días, envueltos y bañados todos en ese “no sé qué” que no puedo parar de sentir. Todo para convertir mi casa, mi ciudad y mi gente en mi experiencia Erasmus. Todo, absolutamente todo, para convertir "esto" en mi año.


lunes, 16 de abril de 2012

'Up All Night'... ¿quién?



Con Christina Applegate, Will Arnett y Maya Rudolph como protagonistas, muy mal hay que hacerlo para no troncharse con una sitcom. ‘Up All Night’ lo ha intentado, y los actores han estado sublimes, pero… pero es que el guión no daba para más. El resultado: una pasable comedia de corte familiar que podría haber sido grande pero se ha quedado en un mero intento de dar el pelotazo. Y esto, lo que podría haber sido, es lo que más rabia da.

La serie se centra en un matrimonio, Reagan (Applegate) y Chris (Arnett), que se convierten intencionadamente en padres primerizos. Una premisa muy sencilla y manida pero que podía dar lugar a muchos gags y situaciones divertidas (todas esas que plagan las series “con bebé”). Por ahí anda Ava Alexandre (Rudolph), presentadora de un talk-show televisivo, donde Reagan ejerce de productora-guionista-showrunner. 


Si bien los primeros capítulos se centran en la vida cotidiana con el nuevo bebé (adorable Amy) luego la serie se pierde, y ahí ha seguido perdida y sin saber qué hacer hasta el final de temporada. Curiosamente las escenas más graciosas tienen lugar en las oficinas del programa de televisión, con una Ava sembradísima y loquísima y una Reagan que desprende química por los cuatros costados. Al cóctel se suman la secretaria o el amante extranjero de Ava. Secundarios que están siempre en el límite, al igual que el trío principal. Un quiero y no puedo continuo. Un “quiero hacer reír pero es que, mira, en serio, el guión no me lo permite”

El problema es que se nos había vendido una serie “con bebé” (que sí, que seguro que sabéis a lo que me refiero). Familiar, sí, pero divertida (las promos me parecían delirantes). Además el opening nos presenta a unos padres juerguistas, razón de más para tenerlo difícil arreglándoselas con su nuevo retoño. Pues bien, creo que son dos los capítulos en los que salen de fiesta por ahí, y el bebé queda en un segundo plano (o tercero) y casi ninguna trama está centrada en él (ella). Sinceramente, no sé qué tiene que ver el título del producto con lo que ha sido al final. Ni noche, ni juerga, ni bebé molesto, ni padres con ojeras ni nada de nada. ¿Up all night?¿En serio?¿Quién?


‘Up All Night’ ha ido dando tumbos sin encontrar muy bien su sitio, desaprovechando enormemente la capacidad cómica de todos los actores. Existía un potencial enorme, y la química entre todos ellos es genial; desgraciadamente no sabemos bien a qué han jugado los guionistas. Cambiando la ‘premisa’ de la serie a mitad de temporada e incluso cambiando el opening, el espectador, que estaba ya aburrido, se ha confundido y ha dejado de verla. Intentaron mejorarla, pero nunca ha terminado de despuntar.


Lo peor es ver que siempre se queda a medias. Que siempre saca la sonrisa pero nunca llega a hacer reír. Que podría haber creado ese “universo” que tanto gusta en las comedias (hablo de eso que tienen ‘How I Met Your Mother’, ‘Cougar Town’ y ahora empieza a tener ‘New Girl’). Porque es genial que una escena subida de tono esté intencionadamente pixelada. Y también es genial que cada insulto que salga por la boca de alguno de los protagonistas sea censurado con el molesto pitido. Esos pequeños detalles son los que convierten a una serie más, en un producto televisivo con identidad propia; y este ha sido el gran fallo de ‘Up All Night’. La materia prima era buena. Qué digo, buenísima; pero no se ha sabido aprovechar y el resultado ha sido mediocre (que no malo, ojo).


A pesar de todo, la serie es disfrutable. Se sustenta completamente en las tablas de los tres protagonistas, que, dentro de sus posibilidades, consiguen crear personajes entrañables. Además, Maya Rudolph va de cabeza (con gafas y gorro de natación) hacia la nominación en los Emmy como mejor actriz de reparto en el terreno de comedia. Actores enormes, personajes flojitos.

Yo me quedo con las caras de Reagan y sus escenas con Chris, y con ese finalazo que se marcaron con el 'Total Eclipse of The Heart'. Y con lo entrañable de esta pareja y lo bien que quedan juntos. Y con los vecinos tocapelotas, y con 'Earl' juntándose con Alexandre... en definitiva, con la sonrisa que siempre consiguen sacar. Y sobretodo, me quedo con Ava y el vídeo homenaje al difunto compañero de trabajo (ese momento, en uno de lo primeros episodios, sí que me sacó una enorme carcajada. EL gag, EL momentazo de 'Up All Night').

El último capítulo servía como cierre perfecto a la larga temporada (24 capítulos, ahí es nada) y aún no sabemos cuál será su futuro. Si los responsables (NBC, en serio, sienta la cabeza ya) se dan cuenta de todo lo que les queda por pulir y vuelve con una segunda temporada, la recibiremos de buena gana. Si no, no la echaremos demasiado de menos. 



PD: Christina Applegate, lee detenidamente los guiones antes de aceptar un proyecto, por favor. Ya vimos lo que te pasó con 'Samantha Who?'...

martes, 27 de marzo de 2012

'Skins’: “goodbye”



Me imagino a Bryan Elsley y Jamie Brittain en un cuarto con poca luz, fumando; fumando sin parar. Alguna botella de alcohol, supongo que vodka, y restos de las juergas que se habían corrido la semana anterior. El cuarto está en un edificio a las afueras de Bristol, y allí el cielo siempre está encapotado (aunque a veces es de un azul que da miedo) y los colores siempre son preciosos.

No sé quién empezó, si Bryan o Jamie. El caso es que estaban los dos solos, en una habitación oscura, y el primero le dijo al segundo: “Vamos a hacer una serie de adolescentes”. El segundo, extrañado, le contestó: “¿Otra?”. El primero insiste: “Sí, pero esta va a ser diferente. Van a ser adolescentes de verdad, atormentados; atormentadísimos. Va a haber drogas, y sexo, y peleas, y escenas durísimas”. Ante estas declaraciones, el segundo se queda un poco confuso, aunque le encanta la idea. “¿No nos censurarán?”, pregunta. “Me la suda- responde el primero- esto no es España”.

Y así nace Skins. Bueno, así es como me imagino que nace Skins. De la mente de dos jóvenes prometedores que deciden romper moldes, y que se reúnen de un equipo de gente joven para crear un drama joven. El resultado lo comienza a emitir E4 en Enero de 2007, y la jugarreta se ha llevado, a día de hoy, dos Premios BAFTA y gran cantidad de reconocimientos por todo el globo.


La pregunta: ¿por qué hablo de ‘Skins’?. La respuesta: porque la serie, como tal, ha terminado para siempre. 6 temporadas, 3 generaciones, 55 episodios y 28 personajes después, Skins dice adiós. Se despide en lo más alto, en la cúspide de calidad donde solo ‘Skins’ se podía despedir. Pero aunque nos joda, mejor ahora, mejor un adiós dulce ahora que uno de esos que se nos atragante y nos pueda saber un poco a ‘Misfits’ y a su tercera temporada. Eso no, por ahí no paso.



Todo empezó con unos ojos, con una mirada que nos advertía de que nos íbamos a meter de lleno en el juego; todo empezó con él. Tony nos miraba en el segundo uno de la serie. Y desde ahí, one by one. Episodios de personajes o personajes por episodio. Cada uno nos contaba una de sus historias, cada uno nos ponía en una piel distinta. Y así vinieron Cassie y Sid y Michelle y Maxxie y Jal y Chris y Anwar y Effy y todos juntos y revueltos y mojados en un lago tras tener un accidente con una furgoneta. Y es ahí cuando nos damos cuenta de que estos chicos son un desastre, pero nos caen bien. Ya nos hemos sentido un poco de cada uno, y así va a seguir. Pero esta panda de chavales de Bristol nos va a hacer sufrir, coño que si lo va a hacer. Y se desencadenó la hecatombe.

Y Tony está en el suelo, y sangra. Y Effy lo tiene en brazos, y grita, con ese gesto de esperpento que nunca supimos bien si era rabia, alegría, dolor, o el inicio de una locura que no terminaría nada bien; puro Valle-Inclán. Y Sid canta, que joder, que este mundo es duro. Coño. Baby baby it’s a wild world. Tony también canta, tumbado en el suelo: para él el mundo si que ha sido jodidamente salvaje. Desde entonces, este momento pasa de escena a hito, de hito a mito. Y ‘skins’ nos gana, y aplaudimos, y nos encanta. Y a la crítica le encanta y nosotros más encantados todavía.


Luego vendrá la recuperación de Tony (en la segunda temporada) el adiós y hasta la eternidad de Chris. Vendrá la nueva pareja: Nueva York y Cassie; donde nacerá y se perpetuará la otra por excelencia: Sid y Cassie. Pero luego vendrá Effy. Viene Effy, tumbada en la cama de Tony, su hermano, y la cámara se fija en sus ojos. Azul mar, azul cielo, azul hipnótico, azul qué se yo. Azul Tony coño. Nos mira, como lo había hecho su hermano. Pero ahora nos sonríe, y esta vez nos reta de verdad: “Prepárate para lo que viene, porque mírame. Tengo pintas de estar loca, y estoy jodidamente loca”


La muchacha estaba, efectivamente, jodidamente loca. Con ella (y con Pandora rescatada de un capítulo de la segunda temporada), comienza la segunda generación (y la tercera temporada).‘Skins’ se reinventa, y la jugada sale bien. Todo es más extremo, más duro. Tenemos más drogas, más sexo, más pasión, más amor, más llanto y más de todo. Pero ese más de todo incluye más fallos (pequeños) de guión y más incoherencias. Pero nos da igual. Esta generación nos trajo a Naomi Campbell (grandes) y a su enamorada enamoradísima Emily, la gemela gemelísima de Katie (Katie Fucking Fitch señores). El trastornado JJ y sus dos colegas: Freddie y Cook. Estos dos últimos, las dos puntas del triángulo que tendrá por punta la cabecita loca y el cuerpazo de Effy Stonen. Hasta aquí, ‘Skins’; a partir de aquí, locura.

La cuarta temporada nos llevó por unos atisbos de demencia desconocidos. El centro era Effy, jodidamente loca, y el resto seguían la historia arrastrados por una espiral de tristeza y depresión que comienza con la muerte de una estudiante en una discoteca. Y todo para terminar con Freddie perdiendo totalmente la cabeza (pero a hostias y a batazos. Que en paz descanse), a Effy loca ya del todo con un psiquiatra al que enamora perdidamente (y ejecutor de Fred) y a Cook enterándose de la muerte de su amigo y vengándose del tipejo psiquiatra malo malísimo y criptonita de su amor por la chica con ojos azul mar, azul cielo, azul qué se yo.


Cook, uno de los grandes personajes de 'Skins', cerraba la segunda generación con su himno y canto de guerra: “I’m Cook!”. Y con un final más abierto que cerrado, se nos iba otra generación, un poco menos afortunada que la anterior pero igualmente cojonuda.

Es entonces cuando la serie nace otra vez, y pare una tercera generación de jóvenes alcohólicos, fiesteros, llorones y depresivos a más no poder. Y señores, qué generación. Qué capítulos, qué personajes, qué todo.


Franky, medio chico medio chica, medio loca medio cuerda, medio… bueno, que no sabemos ni lo que es (¿utilizo el género neutro?). Frakie llega nueva al instituto, y allí se encuentra con las más bitch entre lo bitch: Mini y Liv. Con ellas, la angelical Gracie. Por ahí anda Nick, el guaperas novio de Mini; y un poco más allá, los colegas entre los colegas: Alo y Rich. Todo se desmoronará un poco cuando llegue Matty, hermano de Nick, tan raro tan raro tan rarísimamente extraño que conseguirá que Franky se interese por él.

Y se gustan, y se pierden en sus juegos de pasiones. Y Rich y Gracie se enamoran, y él le declara matrimonio. Y Liv se emborracha y se pierde con Matty disfrazada de perros por Bristol. Y Mini se acuesta con Nick por no sentirse mal consigo misma y un paso por detrás. Y Alo sigue en su granja virgen, casi tan virgen como él. Una cojonuda, estupenda y casi perfectamente ejecutada quinta temporada dice adiós con la boda de Rich y Gracia (tras Sid y Cassie el mejor y más verdadero amor de Skins).


Pero la señora Franky, que aún seguimos sin saber bien quién, qué o cómo es, seguirá siendo una fuente de cosas rarunas y lo empezará a ser de problemas. Que si Mini por aquí, que si Matty por allá; que si me voy a Marruecos y me tiro a un traficante para que luego me someta y me pueda pseudoviolar a gusto mientras me meto en peleas y el hermano de Matty, Nick, se enamora de mí y voy a sus brazos porque estoy más perdida que Mini en las pajas de Alo (las de la granja, por supuesto).

En la sexta temporada creíamos que no lo iban a hacer, pero lo hicieron, y nos la metieron doblada (Alo a Mini, pero esta recta y con pasión). Gracie se nos va, y se rompe un amor tan puro, tan poético y tan bello que la luz de la tercera generación se va, y todo se vuelve gris, negro y chungo. Muy chungo. Y así, con otra espiral de drama, llega Alex, el tipo gay mate muy mate de Liv; Nick entra en la locura de Franky; Matty se nos pierde; Rich se va, Rich vuelve; Matty volverá; Mini llorará… ¿Por qué cuento yo todo esto?


Todo esto, este tochazo insufrible que estoy soltando, es para situar el final de la temporada, de la tercera generación y de 'Skins'. Mini, embarazada de Alo y tras mil y un problemas frankianos, da a luz. Y nace Gracie, una nueva Gracie. Matty en la policía, arrestadísimo, y todos felices, todos comiendo perdices. El drama se torna en sonrisas (Mini), la noche se torna en día; y con un sol resplandeciente Franky abre las puertas del cuarto donde su madre la espera. Franky abre las puertas de su nueva vida.

Pero aquí, otra vez, ‘Skins’ nos mira. Nos mira directamente a los ojos. Esta vez es Rich, y nosotros somos su pseudo Gracie. Su fantasma, su amor y su Gran Hermano. Y con esos ojos encharcados pero resplandecientes, y con esa cara angelical que solo él podía tener, nos lo dice. Nos lo suelta de golpe: “Goodbye”. Y nos sonríe


Nos sonríe. Porque el viaje ha sido duro, durísimo. Pero nosotros hemos sido parte de sus vidas y les hemos robado un trozo. Tampoco vamos a pasarlo mal para luego irnos de vacío. 28 personajes extremos, difíciles y complicados; que por muy extremos, difíciles y complicados que fueran siempre tenían algo de nosotros. Por eso, y por esto, 'Skins' en especial.

No me voy a meter en fotografía, dirección, bso, etc, etc. Hablar por hablar, decir mucho para llegar a lo mismo: obra maestra. Esto es un homenaje, o un intento de. Solo voy a hablar de la despedida, de la nostalgia a partir de aquí y del hueco que dejan unos personajes que han significado tanto para algunos de nosotros. 

Y es que, qué forma más sencilla y bonita de despedirse de tantos años de alegrías y sufrimientos que una mirada, un gesto…

Qué forma más sencilla y bonita de despedirse que una sonrisa y un sincero “adiós”.


sábado, 24 de marzo de 2012

‘Suburgatory’, la sátira y el esperpento hechos serie


En primer lugar, perdón. Retomo esto meses después de la anterior entrada. Entre unas cosas (Universidad) y otras (vida social) no he tenido tiempo (o no lo he sabido buscar bien) para ponerme de nuevo a pasar la noche en el MacLarens. Pero aquí estoy (“here we are again!”); pasen y disfruten.

Vamos a lo que vamos. Ayer ABC anunciaba las renovaciones de sus series para la siguiente temporada. Ahí en el grupo estaban ‘Once Upon a Time’ (¡bien!), ‘Modern Family (¿alguien lo dudaba?), el culebrón de la temporada ‘Revenge’, y otras ya más veteranas como ‘Grey’s Anatomy’, ‘Castle’ o las fantásticas ‘The Middle y ‘Happy Endings’. Y además, la que para mí fue la mayor alegría, junto a OUAT: ‘Suburgatory’, renovada por una segunda temporada.


Cuál fue mi sorpresa cuando comencé a leer los comentarios, y ni una sola persona (ni una sola oigan) mencionaba a ‘Suburgatory’ o se alegraba por su renovación. Así que aquí me veo yo, reivindicando otra vez productos para convencer. Que sí, que molan, de verdad.

La serie nos cuenta la historia de George (mitiquísimo Jeremy Merton; Billy en ‘Six Feet Under’) y Tessa (la desconocida pero genial Jane Levy), padre soltero e hija, y su traslado desde Nueva York a los suburbios, cuando el padre encuentra un paquete de condones en el cuarto de la niña. El título, un “ingenioso” juego de palabras de esos que tanto les gustan a los responsables de estos productos, es mezcla de “Suburban” y “Purgatory” (¡clinc clinc clinc!). Y como no podía ser de otra forma, la serie es un enorme gag y una continua mofa a los barrios residenciales americanos, valiéndose siempre de la sátira y de las situaciones más esperpénticas.



Ahora es cuando todos pensamos: “Vaya premisa más estúpida”. Pues sí, y a eso juega la serie: a ser estúpida como pocas. Desde el primer capítulo nos damos cuenta, cuando las muchachas de Stepford (el barrio residencial a donde se mudan) caminan con el móvil y caen en la piscina, ya que no miran al frente y están todas entretenidas mandando sms a quién se yo.

Junto a Tessa (espectacular Tessa) están su mejor amiga Lissa (qué cara, qué actuación, qué de todo; hilarante) y la que podríamos llamar su antagonista, y el mejor personaje de la serie, Dalya Royce. Dalya se marca cada monólogo que puede tenerte 5 minutos riendo sin parar, y volverte a hacer reír recordándolo otra vez. A pesar de tener los mejores gags de ‘Suburgatory’, la rubia despampanante no aparece en exceso, y eso… eso está genial. Tenía miedo a un efecto ‘Sheldom’, en el que el personaje “guay” termina comiéndose la serie, y haciéndose al final cansino. Pero aquí el humor está tan cojonudamente repartido y espaciado que me levanto y aplaudo a los responsables (plas plas). Y bueno, sumad las tres "K" (quien la haya visto sabrá de lo que hablo) al cóctel Dalya y tenemos magia cómica.





La madre de Dalya, Dallas, es otro de los puntos fuertes del guión (impagable el momento divorcio dando volteretas por la casa), y su “romance” con George uno de los principales arcos argumentales.

Pero uno de los puntos fuertes de ‘Suburgatory’ es la gran pluralidad del reparto. Como prácticamente todas las comedias, tuvo una primera decena de capítulos de asentamiento y de encontrarse a sí misma, y volvió con su segunda mitad de temporada totalmente en forma. Ya había creado un universo propio, la serie lo sabía, y lo explotaba en cuanto podía. Las situaciones cada vez eran más locas y más surrealistas, y a ‘Suburgatory’ ya le daba igual llegar hasta los límites más altos de la estupidez: la mofa hacia los barrios residenciales de EEUU seguía ahí y ahora más presente que nunca.

A destacar todos los secundarios, geniales (quizás Noah, el dentista y “bro” de George es el único que me chirría un poco). Los padres de Lissa  (Sheila Shay y Fred Shay) son dos de los mejores personajes que ha dado la televisión esta temporada, tal cual; el hermano de la anterior sale pocas veces, pero también lo clava cuando aparece. No olvidarnos del director del instituto, esperpénticamente genial (cuando declara su homosexualidad, ¡booyah!)



A pesar de todo esto, la serie es de ABC, y el corte familiar siempre está ahí. Casi todos los capítulos terminan con padre e hija conversando sobre lo mucho que se quieren y sacan alguna moraleja (que sorprendentemente, parecen olvidar al siguiente capítulo). Pero la acidez de Tessa es todo un acierto. Es innegable su parecido con la Emma Stone de “Eassy A” (hasta le ha copiado el pelirrojo), pero eso, lejos de desagradarme, me encanta. Es un personaje con mucha fuerza y perfectamente interpretado, y si no tiene mención en los Emmy me enfadaré (otra vez) muy mucho con estos premios.

Otro de los grandes aciertos de la serie es su tratamiento y grabación. La pluralidad del reparto hace que a su vez exista una gran pluralidad en las historias, y los 20 minutos del capítulo a veces parecen 5 (no, no exagero). Y qué narices, que nos mola mucho ver una comedia sin risas enlatadas y reírnos a gusto. Yo, desde luego, desde Modern Family no disfrutaba así con una comedia.



La renovación era más o menos esperada. Aunque no haya sido un gran exitazo, la serie empezó bien (con más de 9 millones de espectadores) y se ha estabilizado en torno a los 7-8 millones, con buenos datos en demos. ABC ha sabido crear los miércoles un bloque muy bueno de comedias, y que siga así (por favor).

Las críticas también se han portado bastante bien con ella, y quiero, deseo, algún reconocimiento, por pequeño que sea, en los Emmy.



En España podemos disfrutar de ella en Cosmopolitan (¿por qué?) bajo el penoso título de “Fuera de Lugar”. Si te gusta la comedia estúpida, pero cuidada y bien guionizada (mejor actuada) no lo dudes, por favor, y échale un ojo. Los dos mejor.